Presenciar significa una observación desapegada, desprejuiciada; ese es todo el secreto de la meditación.
No hay que hacer nada; solamente sé un espectador, un observador mirando el tráfico de la mente -pensamientos que pasan, deseos, recuerdos, sueños, fantasías…- simplemente mantenéte distanciado, sereno, presenciándolo, observándolo, viéndolo, sin juicios, sin condenas, sin decir: ‘Esto es bueno’ o ‘Esto es malo’.
Mientras estás en presencia del maestro, el presenciar empieza a darse espontáneamente; hay momentos en los que estás sentado, simplemente escuchando, sintiendo, observando todo lo que pasa con el silencio interno. Este silencio es como el cielo vasto y claro que, sin embargo, vibra de vida. El hogar de Osho es el cielo y su mismo ser es el silencio. Sus palabras acarician lo más profundo del corazón; su canción es la canción del cielo claro.
“Tu ser interno no es otra cosa que el cielo interno. Las nubes van y vienen, los planetas nacen y desaparecen, las estrellas surgen y mueren. Y el cielo interno se mantiene igual, intocable, inmaculado, sin huellas. A ese cielo interno lo llamamos sakshin, el espectador y esa es toda la meta de la meditación.
Entrá, disfrutá del cielo interno. Y acordáte: cualquier cosa que puedas ver, cualquier cosa que surja, eso no sos. Podés ver pensamientos y no sos los pensamientos; podés ver tus sentimientos y no sos tus sentimientos; podés ver tus sueños, tus deseos, tus recuerdos, tus imaginaciones, tus proyecciones y no sos nada de eso.
Seguí eliminando todo lo que puedas ver; entonces, un día, surge un momento tremendo, el momento más significativo de nuestras vidas, cuando ya no queda más nada por eliminar. Todo lo que viste desapareció y solamente queda el que ve. Ese que ve es el cielo claro.
Saberlo es no tener miedo y saberlo es estar lleno de amor. Saberlo es ser Dios, es ser inmortal.
Osho
Meditación, la primera y última libertad