
Deja de suplicar por un milagro como quien golpea puertas cerradas desde fuera.
El secreto no es rogar, sino soltar la desesperación
y girar la llave que ya está en tu mano.
Lo que alimentas con tu mente crece,
pero nadie te dice que incluso la angustia es una oración,
una afirmación de que el problema es más real que la solución.
El truco brutalmente simple es dirigir tu pensamiento
hacia lo más alto, sin negociar con el miedo,
sin discutir con el dolor.
Cuando apartas la mirada de la herida
y la fijas en lo que consideras sagrado,
no estás ignorando el problema:
estás cambiando de reino.
No luches con la oscuridad,
enciende la luz.
Lo más difícil es creer que algo tan sencillo sea tan poderoso,
porque el ego exige complejidad para sentirse importante.
Pero la verdad se reconoce por su silencio firme:
lo que piensas con persistencia se convierte en tu mundo.
Hoy decide en qué vas a pensar
como quien elige el suelo donde siembra el futuro.
